miércoles, 5 de febrero de 2025

Las apariencias

        Los gritos se habían escuchado en todo el edificio. No eran habituales las peleas entre ellos y cuando se producían era porque algo serio había pasado. Los vecinos, involuntarios testigos de dichos encuentros, al escuchar a las dos partes exponiendo sus motivos, se habían hecho a la idea de las inseguridades de ella y la total incapacidad de él para explicarse.

       Muchas veces un simple comentario o broma se convertía en una tela de araña que, cuando explotaba, alcanzaba dimensiones apocalípticas por la retahíla de factores que se habían desencadenado desde entonces y que había ido tragando hasta que la agonía se había convertido en un nudo en la garganta que necesitaba sacar.

           Por suerte, no eran más que ocasiones puntuales. Aquella mañana, sin embargo, había sido una de ellas. El petardazo de inicio de la contienda había sido un chascarrillo sin gracia de él, aludiendo a los pechos de una compañera de trabajo. Llevaban el último mes enfriándose las relaciones sexuales entre ellos. Ella estaba siempre agotada desde que tomaba aquella nueva medicación y él con el paso de lo años había ido perdiendo apetencias de ese tipo y le ganaba el terreno la comodidad y el pasotismo. Aquel comentario suyo, absurdo y sin sentido, acerca de cómo el tamaño de los pechos de su nueva compañera iba a aumentar las bajas por tortícolis en la empresa, ella se lo tomó como un “me vuelven loco sus pechos y con ella sí tendría ganas de tener sexo”.

         La mecha se había encendido. Como siempre el primer impulso de ella era guardar silencio y tragarse la angustia y con ella las lágrimas. Notaba como el corazón comenzaba a latir desbocado. Él era más conciliador, pero por sus ganas de arreglarlo no respetaba ese espacio que ella necesitaba y conseguía el efecto contrario al agobiarla.

           Ella le rehuía por todo el piso a voces, pidiéndole que no la siguiera, que la dejara tranquila. Sin embargo, él sabía lo que ella habría pensado y solo quería pedir perdón, explicarse mejor. Dejarle claro que aquella compañera no había despertado en él ningún interés. De nada servía, cuando ella se cerraba en banda era imposible buscar el diálogo hasta que de repente, estallaba en un llanto inteligible y un hipo que impedía toda comprensión.

         Él, convencido como estaba de poder arreglar la situación, la seguía y le pedía que le dejara hablar, ella lo empujaba y le pedía que no se acercase a ella. En un momento dado, ella sin pensar gritó que él estaba acabando con ella. Eso le partió el alma al pobre hombre que no había hecho otra cosa en la vida que quererla. Cuando la vio enfilar camino hacia el cuarto de baño, trató de cogerla del brazo intentando impedir que ella hiciera un fuerte en el baño ya del todo infranqueable. Ella, al ver su brazo presa de aquel que en ese momento consideraba “un salido” tiró del brazo tratando de liberar el amarre, pero calculó mal la distancia y no pudo evitar perder el equilibrio. Al grito de “suéltame que me haces daño” de ella, siguió un golpe seco. El cráneo de ella chocó brutalmente contra el canto de cerámica de la bañera. Allí tumbada con los ojos abiertos de sorpresa y fijos en él, comenzaban a bañarse de una sangre que arrastraba su vida. Los vecinos que ya no se escondían detrás de las cortinas de las ventanas de la cocina, se miraban entre ellos con claros síntomas de preocupación.

          Lo siguiente que atronó en aquel patio de luces fue un aullido ensordecedor. Seguido de un “no, ¿qué he hecho?”. No tardaron en hacer presencia las primeras sirenas de ambulancia y policía en la calle. Alguno de aquellos vecinos había llamado a urgencias. El trató de tapar aquella herida con sus manos, trató de volver diez minutos atrás en el tiempo. De callarse aquel comentario que sólo buscaba hacerla reír, aquel sonido de su sonrisa que lo enamoraba una y otra vez. Cuando la policía tiró abajo la puerta principal, él estaba en el baño, sentado en el suelo con la cabeza de su mujer bajo sus manos llenas de sangre.

         Cuando se les tomó declaración a los vecinos todos coincidían, por las voces parecía que él la estaba agrediendo. El estado en el que se nubló su mente le impidió contar la verdad de lo ocurrido y ahora pasaba los días medicado, atado a una cama para dormir y con la mirada perdida en el infinito por el día.


6 comentarios:

  1. Rafael Pérez Romera5 de febrero de 2025, 15:18

    No dejas de sorprenderme con tus relatos, impresionante

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    1. Muchísimas gracias¡ Qué bonito que me digas cosas así.

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  2. guauhh.. Cronica de dos muertes anunciadas! Me encanta.

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    1. Mil gracias, por leer mis relatos. Me encanta que os paséis por aquí y que me digáis qué os parecen. Un abrazo¡¡

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  3. Qué escalofriante es la historia! Me ha encantado

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    1. Qué pena cuando un malentendido se lleva dos vidas por delante. Un abrazo muy grande, Charo

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