miércoles, 29 de enero de 2025

La promesa

          Solo le había pedido una única cosa, nada de mentiras. Jamás había esperado regalos, lujos ni cenas costosas. A lo largo de su vida habían ido apareciendo lobos con piel de cordero que unos tras otros le habían roto el corazón.

          Tras el último que le costó tres años de depresión se juró no volver a permitir que nadie tuviera acceso a su interior. Iba a proteger lo poco que le quedaba de amor, de bondad, de empatía. Hablaría con las personas manteniendo impermeable ese pequeño rayo de luz que escondía en lo más profundo de su ser. No había encontrado a nadie que se lo hubiera merecido.

          Lo conoció en la biblioteca. Solía ir a estudiar cada mañana allí y siempre se sentaba en el mismo sitio. Tercera fila de mesas, a la derecha de la entrada. No tardó en darse cuenta de que al menos una docena de personas, al igual que ella, eran animales de costumbres y que día tras día ocupaban los mismos puestos. Respetaban los espacios unos de los otros y cuando alguien nuevo llegaba y sin saber esta norma no escrita, les ocupaba el sitio, sabían que esa mañana no podrían concentrarse.

          Frente a ella siempre se sentaba el mismo hombre de ojos castaños y fuertes manos. El saludo mañanero era un simple levantamiento de cejas. Sutil, despreocupado y libre de cualquier intención. Poco a poco fueron sintiendo curiosidad el uno por el otro. En ocasiones ella levantaba la mirada y se encontraba con la de él, ruborizando sus mejillas. Otras veces era ella la que creyéndole distraído levantaba despacio la mirada y se daba cuenta de que él tenía su mirada clavada en la de ella.

         La situación se mantuvo hasta que un día él se levantó a media mañana. Recogió sus cosas y se quedó allí de pie junto a ella. No necesitaron palabras. Ella recogió sus cosas y ambos salieron juntos de allí. Desde entonces se hicieron inseparables. Poco a poco se fueron conociendo y ella volvió a caer en el error de abrir su corazón. Hablaba de sus miedos, de sus inseguridades. De cómo le habían herido con mentiras absurdas que la hacían sentir una idiota, y eso era realmente lo que le dolía. Que subestimaran su inteligencia.

          Se hicieron la promesa de no mentirse jamás. Serían sinceros doliera lo que doliera. Podrían suavizar las palabras, pero no esconder los motivos. Sellaron la promesa con un apretón de manos. Eran solamente amigos, pero era una amistad que poco a poco crecía en el pecho de cada uno sin que ellos mismos fueran conscientes.

         Ninguno daba el paso de decir abiertamente al otro lo que sentía porque no sabían limitar aquello con palabras. Así que simplemente se dejaban llevar como una alga que flota sobre el mar.

         Hacían planes para hacer un viaje juntos, conocer algún lugar que siempre hubieran soñado visitar. En ningún momento tuvieron un contacto físico más allá de aquel apretón de manos cuando prometieron esa sinceridad, pero no lo necesitaban.

         Eran sus almas las que se acariciaban. Parecían encajar como dos piezas de puzle. Incluso cuando hablaban de anécdotas parecían vidas paralelas, iguales. El uno era capaz de ver a través de los ojos del otro cuando le contaba sus recuerdos porque también había vivido aquellas situaciones.

         Sin embargo, una mañana él no apareció en la biblioteca. No se habían dado los números de teléfono, no los habían necesitado. Su asiento frente ella estaba vacío. No volvió a verlo. Por dentro se mortificaba pensando en qué habría dicho, en qué había fallado esa vez. No pudo despedirse de él, no pudo siquiera darle las gracias por aquellos días. Luego pasó por una etapa de enfado hacia él y por todo el cariño que le había cogido. Simplemente se habría cansado de ella o habría conocido a otra persona más interesante y de la misma forma que había aparecido se había esfumado. 

         Lo que nunca supo ella fue que, acercándose el día del cumpleaños de ella, él se había acercado a la estación para comprar dos billetes de tren. Al salir de allí con los billetes en la mano pensó en esconderlos antes de acudir a la biblioteca aquella mañana. Guardaría la sorpresa hasta el día quince. Cruzaba la calle mientras metía los billetes en la mochila. El golpe seco de su cuerpo contra el automóvil se escuchó a varios metros de distancia. Su último pensamiento fue para ella.


4 comentarios:

  1. Cada relato supera el anterior. Fantástico! Eres única haciendo éstos relatos 👏👏👏😘

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    1. Muchas gracias Charo¡ Me hace muy feliz verte por aquí, gracias por el apoyo¡

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