La publicidad es muy importante cuando te dedicas a autopublicar tus obras, eso es algo que he aprendido desde el primer momento. En las redes muchos se quejan amargamente de la cantidad de peces que hay en el mar de la literatura. Quizás es que todos los peces tienen el mismo tamaño y es tan pequeño que no invita a gastar el dinero en él.
Escribí mi primera novela cuando tenía veinte años y la sangre y el ímpetu de la juventud corría salvaje por mis venas. Sentía que iba a convertirme de la noche a la mañana en una promesa de la literatura negra. La envié a todas las editoriales de mi provincia a ver si alguien veía en mí una inversión interesante. Sin embargo, una tras otra rechazaban mi obra. En lugar de rendirme, pensé que todos aquellos provincianos no sabrían diferenciar un diamante de un simple trozo de hormigón por lo que me lancé a las grandes editoriales nacionales que ni se molestaron en rechazarme.
Tras meses de silencio, decidí publicar a través de una plataforma de distribución online independiente. Allí nadie te rechazaba y aunque los beneficios eran mínimos, por lo menos la gente empezaría a conocerme y seguro que llegaba el eco a algún editor.
Cada mañana antes de levantarse, miraba los informes de ventas, el contador seguía a cero. No salía de la cama sin volver a comprobarlo cada mañana. Nada. Aquella redonda cifra parecía reírse de mí. Cuando le comentaba a la gente que la autopublicación era una ruina todo el mundo insistía en lo mismo, publicidad, había que invertir tiempo y dinero en publicitarme.
Sentado en casa delante de un folio en blanco, comencé a valorar el dinero que tenía para invertir y me di cuenta de que, con mi salario como carretillero, apenas me alcanzaba para cubrir los gastos mensuales. Podría intentar dejar algunos recibos sin pagar e invertir esa cantidad en un único intento publicitario, pero aun así no me aseguraban unas ventas mínimas que justificasen aquel riesgo.
Mi novela es buena, oscura, sangrienta, realista. Mi personaje es creíble, podría ser yo mismo. Aquellas tres últimas palabras se clavaron en mi mente el resto del día y toda la noche. Había una forma de no tener que pagar aquellos recibos y a la vez hacer tanta publicidad gratuita que me haría millonario.
Por la mañana me hice el mejor desayuno de mi vida. Por fin había tenido la mejor idea de mi vida. Nunca volvería a pasar apuros, el mundo debía prepararse para conocerme. Me duché y me vestí con mis mejores galas. Tras un último vistazo en el espejo salí por la puerta con cuidado, tratando de ocultar el sacacorchos que escondía en mi bolsillo derecho.
Una vez en la calle me dirigí al centro, allí con el sacacorchos en mi mano derecha me aproximé uno a uno a los peatones que se cruzaban en mi camino y lo hundí en su cuello. No tardó en cundir el pánico. En menos de diez minutos estaba tendido en el suelo rodeado de más de media docena de cuerpos. Ni siquiera me resistí cuando la policía me colocaba las esposas.
«Mike, en un estado de excitación próximo a la locura, apuró el último trago de aquella carísima botella de vino. La había comprado para la romántica pedida de mano que pensaba hacerle a aquella mujer que acababa de romperle el corazón solo por el hecho del qué dirá la gente cuando sepan que una alumna se acostaba con su profesor. Nadie lo entendería. Los juzgarían, era mejor terminar con aquel amor.
El problema eran ellos. Todos aquellos que paseaban por la calle creyéndose jueces morales de la vida de los demás. Ellos eran los verdaderos culpables. Si no existieran ella hubiera dicho que sí y nunca tendrían que volver a esconderse.
Como un Quijote enloquecido, salió del portal con el sacacorchos asomando entre índice y el corazón de su mano derecha. Los odiaba a todos, quería apagar aquellas estúpidas sonrisas».
Mi novela relataba exactamente esa escena y cuando mi nombre y ese hecho saltó a las noticias mi libro y yo mismo fuimos noticia internacional, las ventas de mi libro se dispararon y todas las visitas que recibía en la cárcel eran de agentes literarios y de editores que me ofrecían contratos estratosféricos.
Tras cinco años en prisión, con buena conducta en una celda protegido salí a la calle. No invertí nada en publicidad, he seguido cotizando a la seguridad social, mi libro ha agotado tres veces las ediciones y desde mañana comienzo un tour televisivo donde a cambio de obscenas cantidades de dinero contaré cómo me vi cegado por un brote psicótico que no me dejaba discernir la realidad de la fantasía.
Uauuuuu Rocío ,,,, tendré que ir a verte a la cárcel algún día ? Jajaja
ResponderEliminarMadre mía!!!!!!!!!!!habrá k salir con cuidado a la calle k si miramos tus novelas no se yo si estaremos a salvo!!!!!!!!!!genial...
ResponderEliminarMe ha encantado,como siempre sin palabras