martes, 26 de noviembre de 2024

Consumo preferente

          «Las fechas las ponen por ley, pero en realidad los yogures no caducan». Ahora aquella frase que le repetía siempre su madre cuando no quería comer un yogur al que se le había pasado la fecha, venía una y otra vez a su cabeza. A regañadientes se iba tomando aquellos postres que nunca le hicieron daño. Desde entonces, jamás les dio importancia a las fechas de consumo preferente de absolutamente nada. 

          Había estado toda la noche dado vueltas sin poder dormir. La última reunión en grupo con los jefes de la tienda de ropa para la que trabajaba le había dejado preocupada. No podía perder aquel puesto. En otro momento hubiera pensado con más optimismo, pero se habían acumulado las deudas y los aplazamientos de decenas de pagos. Necesitaba aquel salario.

          Según les habían anticipado, habría recortes en varios departamentos y prescindirían de aquellas personas que no les dieran los beneficios esperados. Ella estaba en atención al cliente junto a otras dos compañeras mucho más veteranas que ella, por lo que sabía de sobra que a efectos de liquidaciones de contrato, ella salía mucho más barata a la hora de ser despedida. Estaba claro que sus compañeras también lo sabían por eso al salir de la reunión habían intentado ser especialmente amables con ella. 

          Agotada había llegado a casa con una sensación de derrota en la piel. No tenía ni ganas de cenar por lo que directamente se dio una ducha para tratar de relajarse y se metió en la cama con la esperanza de que el día siguiente fuera mejor.

          Sin embargo, a las cinco de la mañana ya había perdido la cuenta de las vueltas que había dado en la cama. Cada vez que revivía aquella conversación, los nervios y la preocupación tomaban las riendas de su mente.

          En dos ocasiones se levantó a orinar y a beber un poco de agua. Pero cuando volvía a meterse en el refugio caliente de la cama volvían aquellos demonios a susurrarle en los oídos. Finalmente recordó que hacía unos años le habían recetado un relajante nervioso para ayudarle a superar la pérdida de su madre. Se levantó de la cama en penumbras por tercera vez y rebuscó en la caja de cartón con diseño de gatos donde guardaba las cajas de las pastillas que ya no tomaba. Tenía la esperanza de que le hubiera sobrado alguna de aquellas pastillas que recordaba que la habían hecho dormir.

          Después de vaciar casi por completo la caja y descubrir la cantidad de medicación que tenía allí menos la que buscaba, empezaba a perder la esperanza. Sin embargo, escondida bajo una enorme caja de comprimidos antitusivos allí estaba la pequeña caja blanca y amarilla de los tranquilizantes. Eran muy pequeños y como no recordaba cuantos debía tomar, dejó caer un par dentro de su boca. Al volver a guardar la caja, cayó en la cuenta de que había caducado hacía un par de años. Sonrió y dejando todo en su sitio volvió a la cama.

          A los pocos minutos sintió que los párpados le pesaban y un abrazo oscuro la arrastraba a un sueño profundo. Era un sueño rarísimo en el que entraba en su puesto de trabajo, pero en lugar de sus compañeros habían puesto maniquíes que la miraban. Casi no podía ni caminar sin tropezar con alguno. Aquello era un caos, si sus jefes veían semejante desorden la despedirían sin dudarlo. Tenía que volver a meter aquellos maniquíes desmontados en las cajas, y volver a guardarlos en el almacén. No recordaba que pesaran tanto, pero últimamente no había comido mucho por lo que quizás se sentía débil. 

          En aquel sueño les habían cambiado los uniformes y les permitían ir con cualquier ropa así que ella había optado por sus jeans más cómodos y una blusa blanca que le marcaba los pechos. Tenía que usar cualquier arma para conservar el trabajo. Al menos ella a diferencia de sus longevas compañeras seguía manteniendo el pecho firme.

          Miraba el reloj y nadie había acudido a su puesto de trabajo aún. Le extrañaba porque siempre iban los cinco del turno de mañana media hora antes de subir la persiana para iniciar las cajas, reponer productos o comprobar los cambios. Sin embargo, allí estaba, sola, detrás del mostrador.

          Las persianas estaban programadas para subirse solas a las diez en punto de la mañana así que ella sabía que sería la única empleada en su puesto cuando eso pasase, sin duda sumaría puntos ante sus jefes.

          Permaneció allí de pie hasta que entró la primera clienta. La miraba extraño, no se acercaba al mostrador si no que volvía caminando hacia atrás y salía de nuevo. Poco a poco, muchos más como ella se asomaban a la tienda y con unas caras de susto y sorpresa la miraban allí de pie, sonriendo. Algunos hasta le estaban haciendo fotos, estaba segura de que aquella publicidad era lo que necesitaba para conservar el trabajo.

          Les deseaba un buen día a todos sin embargo la gente se tapaba la boca con una expresión similar al miedo. No entendía nada. Pensó que quizá se le había roto la camisa, miró hacia abajo y descubrió que la tenía manchada…de sangre. Del susto se despertó y al intentar incorporarse en la cama se dio cuenta de que algo se lo impedía. Tampoco reconocía aquella habitación y el tubo que salía de su brazo a un traslúcido gotero.

          —No se mueva señorita. En unos minutos vendrá el inspector para hablar con usted. —No conocía al hombre que le hablaba desde una silla junto a la ventana.

          —¿Qué ocurre? ¿Quién es usted? —preguntaba desorientada.

          —No, las preguntas las haremos nosotros. Por ejemplo, ¿por qué acudió a su puesto de trabajo y mató y descuartizó a sus cuatro compañeros?

          —¿Qué yo hice que…?

          —Los hemos encontrado en sendas cajas en el almacén. Su huellas y la sangre de todos ellos en su cuerpo la delatan. Comience a hablar.


6 comentarios:

  1. Bufffffff cada día más impactantes!!!!!!!me encantan.......a cada cual mejor...eres un genio rocio🥰🥰🥰🥰

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  2. Cada vez son más aterradores. No salgo del asombro de cada relato más sorprendente. 👏👏💃Te felicito Rocío!

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  3. Charo, mil gracias¡ Cuando escribo ya siempre pienso en ti, espero no rozar lo desagradable, me gusta quedarme en este límite. Un abrazo muy grande reina¡¡

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  4. Como siempre impresionante Rocío

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    1. Muchas gracias por tu comentario, me encant saber que os siguen gustando mis pequeñas locuras. Un abrazote¡¡

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