Pequeñas gotas de sangre salpicaban de forma grotesca su rostro mientras aquella siniestra sonrisa se dibujaba en su cara. Parecía el tétrico final de una película de serie B, con excepción de que nadie se quedaría a ver el final de este pase.
Podría molestarse en buscar alguna excusa, justificar algo así por medio de traumas infantiles, por episodios de bullying en el colegio o el instituto, sin embargo, nada de aquello sería cierto. Sus padres, de clase alta, le habían complacido en todos sus caprichos. En su etapa educativa, siempre conseguía las mejores notas con el mínimo esfuerzo gracias a los indecentes donativos de sus progenitores a los centros. Era intocable dentro y fuera, tanto en casa como en aquellos lugares.
Nunca había tenido que competir por la atención de sus padres contra algún hermano, era hijo único. No sabía qué suponía compartir o pasar penurias económicas a finales de mes. Para él todos los días del mes eran iguales, aunque en sus álbumes de fotos familiares abundaban las instantáneas en lugares exóticos o paradisíacos. Era raro verle sonreír en ninguna de ellas.
Al principio, sus padres se habían preocupado por aquello. Su hijo nunca había sonreído, parecía no sentir ilusión por nada. Jamás había mostrado el más mínimo resquicio de satisfacción o alegría. El miedo atroz que sentían por tener un hijo imperfecto en sus inmaculadas existencias rompía sus esquemas. Visitaron a los psicólogos más reputados y todos repetían lo mismo. El niño estaba perfectamente sano, simplemente era introvertido y no sentía la necesidad de mostrar sus emociones. No pudieron más que aceptarlo como era.
Conforme fueron pasando los años, él mismo era consciente de que nada llamaba su atención. La vida pasaba como un continuo suceder de distintas tonalidades de grises. Las ciudades no eran más que ratoneras, no diferenciaba unas playas de otras, los paisajes, los castillos, los museos…todo aquello para él, estaba vacío.
Sus padres pensaron que quizá una mascota le ayudase a empatizar con la vida. Le regalaron un precioso cachorro de bóxer que apenas levantaba un palmo del suelo. Recién destetado caminaba graciosamente resbalando en los carísimos suelos de gres de su residencia de invierno.
Una noche, una terrible tormenta le despertó violentamente. Se quedó sentado en la cama viendo la lluvia arañando el oscuro cielo. Aunque hipnótico, el brillo de los relámpagos le impedía volver a dormir por lo que se puso de pie malhumorado para bajar la persiana. Al levantarse, notó que su pie derecho no había llegado a sentir la rugosidad de la alfombra acariciando su piel desnuda. Por el contrario, algo se retorcía bajo él. Un relámpago iluminó el pequeño cuerpo de aquel cachorro que había decidido ignorar la cama que le habían comprado y pasaba la noche tumbado junto a la cama del niño.
En lugar de levantar su pie para salvar al animal de aquel sufrimiento, permaneció allí. Quieto sobre él, viendo como trataba de escapar de aquella trampa mortal. Podía notar la respiración entrecortada de un animal que apenas conseguía aullar para pedir auxilio. Él simplemente levantó el otro pie y lo posó despacio junto al otro, sobre el cachorro. Cerró los ojos mientras sentía cómo el corazón de aquel pequeño ser se aceleraba hasta detenerse.
Cuando los padres por la mañana encontraron a la mascota muerta, pensaron que había sido un accidente y rápidamente, procurando que el niño no supiera lo que había pasado, retiraron el cuerpo y le dijeron que habían llevado al perro a una escuela especial.
Cuando lo sustituyeron por un precioso gato persa que corrió la misma suerte, decidieron dejar de comprar mascotas para evitar que su hijo se traumatizase. Fue entonces cuando los paseos por el bosque comenzaron a ser diarios. Volviendo siempre lleno de barro y con las uñas negras.
Esa costumbre solo la abandonó cuando llegó el momento de ir a la universidad. Su domicilio pasó a ser la exclusiva residencia de estudiantes y cambió aquellas indefensas mascotas por compañeros que aparecían muertos cada cierto tiempo.
La policía había comenzado a investigar aquellas muertes después de que el forense decretase como causa de la muerte el homicidio por asfixia. En un campus como aquel donde las familias más poderosas mandaban a sus vástagos, resultaba casi imposible llegar a hablar con los estudiantes.
Aquella noche, una inocente estudiante de primero había accedido a salir con él. Después de dar un paseo por el recinto boscoso del centro, se habían sentado detrás de unos arbustos. Escondidos de miradas indiscretas. La muchacha que creyó saber las intenciones del joven comenzó a desabotonarse la blusa dejando a la vista unos tersos pechos. La mirada de él no se centraba en aquel erótico escote sino en como el corazón acelerado de ella hacía palpitar su frágil piel a la altura de la carótida. Aquello provocó una inesperada respuesta en la entrepierna del muchacho que subiéndose a horcajadas sobre ella por primera vez sonreía.
—¿Qué es lo que más te gusta de lo que ves? —preguntó juguetona ella.
—Tu latido —respondió seco él cogiendo una gruesa piedra con su mano derecha.
Me ha encantado!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Charo¡ Un abrazote
EliminarEnhorabuena por tu relato !!!
ResponderEliminarMe alegra saber que te ha gustado, un abrazo
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