martes, 5 de noviembre de 2024

Los gritos

 Odiaba la debilidad de aquella persona que rogaba por su vida. Había sido capaz de sacarle de sus casillas. Años de humillación, de impotencia. Esa noche había sido la última que se lo permitiría. Le costaba recordar cómo habían vuelto a casa desde el restaurante. La ira nublaba su vista. Estaba a punto de llorar, pero no eran lágrimas tristes sino del dulce júbilo de un preso que por fin alcanza la ansiada libertad.

Mientras pensaba en ello, abría la carcomida puerta del garaje que usaban más de casa de aperos que para cobijar vehículos y todo porque ella no quería tener que sacar el coche de allí cada mañana para ir a trabajar como le había hecho saber a gritos una mañana desayunando. Como cada día, ella se encargaba con sus gritos de ser el hilo musical que lo acompañaba desde primera hora del día.

Aquellos graznidos seguían rebotando en su mente las ocho horas que permanecía sentado delante de la pantalla de su ordenador en el despacho. Había dejado de bajar a comer al gran comedor de la empresa por el simple hecho de disfrutar del silencio de su despacho.

Aquella dulce mujer de la que se había enamorado hacía años había desaparecido. No quedaba nada de ella. Esa que lloraba y seguía gritando era una total desconocida para él. Era la fuente de su sufrimiento, eso era. Había perdido las ganas de celebrar ningún momento especial, llevaba meses sin quedar con sus amigos porque a ella tampoco le parecía bien que se viese con esa panda de fracasados como le gustaba denominarlos.

Al principio intentaba hacerla entrar en razón, pero se daba cuenta de que aquello solo era como intentar parar el agua del mar con las manos. Ella parecía renovar sus fuerzas y su capacidad de aumentar el volumen con cada frase que él intentaba decir. Entonces, había tomado la decisión de guardar silencio. Se despertaba antes que ella para intentar desayunar en silencio, pero aparecía por la cocina antes de que hubiera terminado y comenzaba la retahíla de reproches, de exigencias, día tras día.

Cuando algún familiar se acercaba a visitarlos o eran invitados a comer con alguna de las dos familias, ella parecía disfrutar el doble de tener público al que contarle lo inútil que le parecía el hombre con el que se había casado. Él solo bajaba la cabeza y buscaba un lugar tranquilo en su mente en el que refugiarse. Esperar que pasara la tormenta. Focalizaba sus pensamientos en una cueva natural en la playa de su ciudad natal. Allí sentado al cobijo de las rocas escuchaba las olas, el siseo del aire en las grietas de la piedra, la humedad salada bañando su piel. Se imaginaba estirando los pies hacia el mar, buscando el contacto con el agua, pero entonces los gritos y los aspavientos de aquella mujer lo traían de nuevo de vuelta a aquel horrible realidad.

Esa mañana, como todas las anteriores en los últimos meses y en los últimos años, como no podía ser diferente, ella había entrado en tropel en la cocina a grito pelado. El motivo de hoy había sido que, al parecer, se había despertado con dolor en el cuello y toda la culpa era suya por no haber comprado aquella carísima cama que ella quería.

Los portazos en la nevera, en la puerta del armario donde guardaban el café y el azúcar, anunciaban un día complicado. Se habían convertido en la orquesta diaria últimamente y los últimos sonidos antes de que él dejase su vaso de café con leche por la mitad y de que se levantase en silencio y saliera de aquella casa tratando de respirar despacio para intentar rebajar el nivel de ansiedad que sentía.

Cuando llegó al trabajo le dijeron que había reunión de socios, que estaban pensando en liquidar la empresa. Eso le dejaría sin empleo, el único refugio lejos de su casa. La posibilidad de pasar más horas con ella se le antojaba un infierno. Esperaba nervioso que aquello solo fuera un rumor y no se acabara convirtiendo en una realidad.

Se había centrado en trabajar duro, quizá al final solo prescindieran de algunos compañeros y él pudiera quedarse si demostraba ser eficiente. Además de que así mantenía la cabeza ocupada. El móvil vibró sobre la superficie brillante de la mesa de su escritorio. Un escueto mensaje de su mujer le hacía saber que esa noche cenarían en el Tony’s. Al parecer, a ella le había parecido bien hacer planes sin ni siquiera contar con su deseo. Algo habitual, por otro lado.

A medio día citaron a todos los encargados y jefes de sección en la gran sala. Allí se les comunicó que, efectivamente, la empresa quebraba y en menos de un mes echarían el cierre. Permaneció inmóvil, sin pestañear. Su jefe directo lo observaba, sentía lástima por él ya que siempre había sido el mejor de sus empleados.

Cuando por la noche salió de la oficina aquel día miró atrás una última vez, ya no le quedaba nada. Ahora perdía su único refugio, lo único que había sabido hacer los últimos catorce años de su vida.

Llegó al restaurante pasando cinco minutos de las nueve, hora en la que habían quedado en encontrarse allí, la única que había llegado era su mujer. Cuando se acercó a ella para besarle la mejilla, ésta se apartó haciendo un mohín, dejándole claro que su día iba a seguir empeorando. Y eso que aún no sabía que se había quedado sin trabajo.

Al poco rato llegaron sus amigos. Un matrimonio bien avenido. Él los miraba y se daba cuenta de lo diferente que podía haber sido su vida con otra persona. Cuando volvía a posar la mirada en su mujer sola la veía hablar a gritos, reírse de forma estruendosa, salpicando pequeñas gotas de saliva cuando comenzaba a hablar de todo lo que, según ella, él hacía mal a propósito para desquiciarla. Luego pasaba por el trance de victimizarse alegando a lo dura que era su vida en una situación así…Hablaba como si él no estuviera delante y, de algún modo no lo estaba, había vuelto a su cueva en la playa.

Ya subidos en el coche los gritos fueron en aumento, tanto que le costaba concentrarse en la conducción. En una de las rotondas se cruzó de carril y el vehículo que estaba a su lado comenzó a reprenderle con una sonora tocada de claxon. Pidió perdón con la mano, pero aquel tipo seguía gritándole mientras su mujer, como contagiada por el momento, comenzó a hacer lo propio. Cuando llegaron a casa ella se bajó del vehículo y zanjó la conversación cerrando de un bestial portazo la puerta del coche.

Él había dejado de sentir sus manos, sus pies caminaban sobre el hormigueo de un sueño histriónico. Todo se movía a cámara lenta en su mente, el único sonido que era capaz de escuchar era el de los latidos acelerados de su corazón. Entró en casa, siguió el recorrido de su mujer y la encontró en la cocina, preparándose un café. Extendió el brazo y agarrando el pesado jarrón de diseño de la encimera golpeó el cráneo de ella dejándola inconsciente en el suelo.

Echó el cuerpo inerte de ella sobre su hombro y arrastrando con una de sus manos una silla, salió con ambas al medio del descampado que tenían frente a su casa. En aquella desolada zona en la que a ella se le había antojado comprar la carísima casa que ya no podrían pagar. La sentó en la silla y agarró su torso y piernas con varias vueltas de cinta americana. Cuando ella recuperó el conocimiento comenzó a gritar, a insultarle. Él solo estaba sentado en el suelo, mirándola. Ella seguía sin descanso, haciéndole saber que lo pagaría muy caro, que no valía nada ni como persona ni como hombre.

Él la sonreía de una forma tétrica. Cuando la voz de ella llegó a quebrarse en unos aullidos lastimeros y su timbre de voz se volvió afónico, él se levantó y solo entonces ella vio la garrafa roja de combustible que se había empeñado en comprar. Cuando él le retiró el tapón y se acercó a ella, lo comprendió todo. Comenzó a rogarle que se detuviera, que podrían arreglarlo, que le enseñaría a hacer las cosas bien para que él no se equivocase tanto. Él seguía con su propósito y fue en una oscura danza, dando vueltas alrededor de aquella silla vaciando la garrafa sobre el cuerpo de su mujer.

Aun sonreía cuando caminando se alejó de allí escuchando los gritos de aquella pira humana que se consumía de la misma forma que había vivido, a gritos.

 


6 comentarios:

  1. Muchísimas gracias! Me alegro mucho de que te haya gustado,😘😘

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  2. Respuestas
    1. Me alegro muchísimo de que te guste el relato. Un abrazo!😘😘

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