miércoles, 3 de septiembre de 2025

Su tienda de confianza

       Cuando el repartidor le pidió si podía guardarle el paquete a su vecina ausente, no pudo evitar fijarse en la etiqueta de procedencia del mismo. Aquella mujer no era la primera vez que compraba ropa en esa tienda en línea. De hecho, con el paso de los días, esta plataforma había ido cobrando tanto peso que era raro no conocer a alguien que no comprara allí.

          Los precios y la calidad eran tan competitivos que habían provocado el cierre de múltiples tiendas en su propio barrio. Una de ellas era la de la familia Hizu, proveniente de Guangzhou. Cuando aquella macroempresa decidió establecer la mayor parte de su producción allí mismo, ellos emigraron a nuestro país con la esperanza de que, estando tan lejos, aquella compañía no llegara a hacerles daño.

      El padre, Wáng, había reunido el poco dinero que habían ahorrado después de una vida de sacrificios y vino a España junto a su mujer, Mei, y su hijo de 15 años, Yun. Al principio, aunque no fue fácil, consiguieron abrir su pequeña tienda de ropa en un local en el centro. Sin embargo, con el paso de los años, las ventas cayeron en picado en favor de aquella empresa de su lugar de origen, que parecía perseguir la desgracia de la pequeña familia de Wáng.

         Como una plaga, la gente parecía adicta a los productos que vendían a través de aquella estúpida aplicación. Precios ridículamente baratos, regalos, promociones… Era imposible competir con ellos. Los recibos empezaban a acumularse y, cuando por fin Wáng bajó definitivamente la persiana, la deuda era inmensa.

          Yun se había adaptado bien al nuevo país. Tenía un grupo de amigos con los que había encajado y, aunque al principio le costó, su gran capacidad y su tesón lograron que se convirtiera en el alumno con mejores notas de la clase.

         Ahora la ruina del negocio de su padre ponía en riesgo la posibilidad de acceder a la universidad con la que tanto había soñado. Aquello lo enfurecía; no podía quedarse de brazos cruzados.

         Ese verano, les dijo a sus padres que lo pasaría en China, en la casa de su abuela, a la que decía extrañar mucho. Viajaría solo y prometía volver antes de comenzar el curso. Le pedía a su padre que aguantara con el negocio hasta esas navidades. Que todo iba a mejorar, lo presentía.

       Cuando llegó a su ciudad natal, no le costó mucho recuperar el contacto con los amigos de la infancia. Uno de ellos, Jian, vivía en la zona más acomodada de Guangzhou.

       Cuando lo llamó por teléfono para decirle que había ido a pasar el verano allí, no tardó en ser invitado a comer con su familia, invitación que aceptó con gusto.

        La familia de su amigo era algo peculiar: con una madre ausente por una larga enfermedad y un padre que triunfaba como directivo de aquella famosa empresa, rara vez tenían reuniones familiares en torno a una mesa. Sin embargo, aquella ocasión era especial: el hijo del cabezota Wáng había vuelto, y el padre de Jian no quería dejar escapar la oportunidad de saber cómo les iba en Europa. Sobre todo, después de que Wáng renunciara a unirse a la empresa alegando que su pequeña tienda de ropa era suficiente para mantener a su familia.

        Yun trató de no dar detalles de la verdadera precariedad en la que se encontraban, pero dijo que buscaría un empleo en verano para intentar llevar algo de dinero de vuelta a sus padres y ayudarlos. El padre de Jian, regocijándose por dentro al saberse más listo y poderoso que Wáng, y fingiendo una inexistente preocupación por el que había sido su amigo, le ofreció a Yun un puesto en la empresa, en la cadena de empaquetado de la compañía.

        —Quién sabe —le dijo—, quizás alguno de tus paquetes acabe en manos de tus padres.

      Tras aquello, se rió dejando ver unos amarillentos dientes que a Yun le parecieron especialmente tétricos.

       Aceptó el puesto de trabajo agradeciendo la oportunidad. Cuando entró en aquel enorme edificio, supo que estaba en la boca de una bestia gigantesca que devoraba miles de negocios como el de su padre. Alguien tenía que hacer algo.

       No falló ni un día. Siempre era el primero en llegar y el último en irse. Incluso se ofrecía a doblar turno siempre que tenía la posibilidad. No tardó en darse cuenta de la cantidad de cientos de miles de paquetes que salían de aquel centro cada día.

       Intentaba no detenerse a mirar los países de destino de aquellos envíos; sin embargo, una mañana tenía en sus manos uno dirigido a España. Lo apretó entre sus dedos pensando en que cientos como aquel eran los causantes de la ruina de sus padres. Entonces, se le ocurrió algo.

      Lo bueno de vivir en la zona más pobre de la ciudad era que tenía contactos con gente muy peligrosa, quienes le facilitaron una serie de productos químicos que había pedido. Con todos ellos unidos en pequeños pulverizadores, que agotaba en menos de una hora, rociaba todo tipo de productos textiles, de baño, de hogar, menaje de cocina… Al principio solo lo hacía con los que se dirigían a España; sin embargo, cuando pensó en cuántas familias estarían bajando las persianas de sus negocios, comenzó a rociar cada paquete que pasaba por sus manos.

        Las primeras muertes en Europa no tardaron en producirse. Uno tras otro, la gente caía en distintos lugares y países. Nadie era capaz de relacionar las causas y, mientras pensaban en un ataque terrorista a gran escala, la gente, por miedo, dejó de comprar en línea y volvió a acudir a sus tiendas de confianza. Cuando, al finalizar el verano, Yun volvió a casa, su padre le contaba entre lágrimas que se había producido un milagro: la tienda volvía a darles la oportunidad de soñar con una vida mejor.


2 comentarios: