Hacía tiempo que había cesado el ruido, pero dentro de su cabeza todavía sonaban atronadores los gritos de auxilio. Aquello lo excitaba como ninguna otra cosa. Era un deseo que iba más allá del placer sexual, la dominación. Tener poder sobre la vida del otro.
Aquel muchacho se le había ofrecido como un pajarillo asustado. Se notaba que era la primera vez que acudía a encuentros de aquel tipo. A lo largo de la noche, se fijó en él y en cómo sus ojos tanteaban con curiosidad las paredes, acariciando con la mirada todos aquellos juguetes.
Por lo poco que había contado, no llevaba mucho tiempo en el mundo del sadomasoquismo y, desde luego, aunque no lo expresase con palabras, quedaba patente que todo su conocimiento se resumía a la visualización y la experimentación en la privacidad de su habitación en la casa de sus padres. El sentir que ofrecía el control de su cuerpo a otros era una fantasía que había ido cogiendo forma en su mente. Por eso se había animado a asistir a aquel encuentro.
Dejó que el joven fuera perdiendo aquel miedo inicial y, como un león que acecha a su presa, seguía atento sus pasos. Poco a poco los asistentes se iban en parejas o grupos a lugares reservados en los que llevar a cabo sus más oscuros deseos. Cuando el círculo de asistentes se fue cerrando, en ese instante aquellos ojos color miel se posaron en él. Con una sonrisa y un alzamiento de cejas como todo saludo, sonreía nervioso. Decidió acercarse entonces a su presa.
—¿Tienes amo? —preguntó autoritario. El joven que había visto cuál era el protocolo habitual bajó la mirada y negó con la cabeza. Su inseguridad crecía por momentos. Quería probar qué se sentía en aquellas situaciones fuera de la pantalla de su ordenador. Sin embargo, el miedo y la timidez comenzaban a paralizarle.
—Es la primera vez que vengo. No conozco a na…
—Está bien, yo te enseñaré cómo funciona esto. —El corazón del muchacho comenzó a latir acelerado. Había llegado el día de experimentar si aquello realmente era lo que le gustaba.
Aquel extraño le parecía atractivo, fuerte. Parecía experimentado. Llevaba una especie de maletín en su mano derecha. A diferencia de los juguetes que había en las paredes, lo que fuera que llevase allí dentro no podía ser muy grande y por lo tanto no creía que fuera a doler excesivamente. Se había dado cuenta de que algunos de los amos, antes de entrar en los reservados, cogían algunos de los juguetes que había en los expositores de las paredes. Sin embargo, ese hombre parecía llevar con él todo lo que necesitaba en aquel pequeño maletín.
Lo siguió sin rechistar, eso era lo que se esperaba de un buen sumiso. Al llegar, los nuevos debían presentarse y decir cuál eran sus límites. Él desconocía cuáles eran sus propios límites por lo que se limitó a susurrar “no lo sé”. Eso hizo sonreír al león.
Entraron en el pequeño reservado. Olía a látex y aceite. En realidad, todo aquel local decorado en negros y rojos tenía el mismo olor. Aquel hombre que le había llevado allí debía ser el dueño del lugar porque cuando llegaron a la hora indicada ya estaba dentro.
—Quítate la ropa.
—¿Perdona?
—No voy a repetírtelo.
El muchacho estaba tan impresionado que parecía haber perdido el color en las mejillas. Hasta había olvidado su faceta sumisa y por eso aquella pregunta. El león mantenía la mandíbula apretada, pero por dentro sonreía. Iba a ser divertido, al menos para uno de los dos. Cuando salió del edificio lo hizo solo, nadie se percató de que el joven nunca volvió a salir de allí.
Charo
ResponderEliminarOstras! No esperaba el giro que iba a tener la historia...Me has dejado alucinada con la boca abierta y la mente bloqueada. Bravo👏
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Charo. Siempre que leo tu comentario me robas una sonrisa enorme. Un besazo, reina
EliminarPues si, totalmente inesperado...Bravo!!!
EliminarMe ha encantado. Cada ver mejores las historias
ResponderEliminarOstras k fuerte me parece!!!!!!!!como siempre genial
ResponderEliminarOstras Rocío!!! lo leo tarde pero menudo relato, uau!!!!
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