miércoles, 30 de abril de 2025

Los dedos

          Las últimas dos semanas me había costado conciliar el sueño. Las cosas en la oficina no pintaban bien. Las ventas habían caído en picado y era un secreto a voces que se avecinaban despidos. Mis años de experiencia y mi currículo debían ser suficientes para encontrar de forma inmediata otro empleo; sin embargo, la edad jugaba en mi contra. Rozando ya la mediana edad, las posibilidades de ser contratada eran bastante escasas.

          Esa noche me había ido pronto a la cama con la intención de leer hasta que el agotamiento propio del día me dominase y cayera vencida por el sueño. No sé con exactitud a qué hora ocurrió eso; solo soy capaz de recordar el frío tacto de unos gélidos dedos acariciando mi mejilla. Me sobresaltó de tal forma que me desperté en el acto, quedándome sentada en la cama a oscuras. Mis ojos, muy abiertos, trataban de escudriñar en la oscuridad al autor de aquel contacto. Agucé los oídos, tratando de percibir cualquier sonido. Todavía no tenía muy claro si solo había sido parte del sueño y me lo había imaginado.

          Deslicé mis pies, uno a uno, debajo de la cama, y la piel se me erizó al sentir el contacto frío del suelo de madera. En la habitación tan solo se filtraba la escasa luz de la luna, que se colaba entre las rendijas de la persiana. Sin duda, no parecía haber nadie allí. Sin embargo, no pensaba volver a la cama hasta comprobar que no había nadie en el interior de mi piso. Caminé de puntillas a lo largo del pasillo. Pensé en encender la luz, pero si hacía eso delataría mi presencia al posible visitante. Así que continué confundiéndome con las sombras.

          Al pasar a la altura del baño, me asomé con cuidado y comprobé que allí tampoco había nadie. Obtuve el mismo resultado en el resto de las estancias del primer piso de la casa. Traté de respirar hondo. Dentro de mí, me tranquilizaba pensando que me estaba comportando como una niña pequeña. «Vale ya, te estás volviendo paranoica con la falta de descanso», me dije. Me di la vuelta sobre mis propios pasos y entonces escuché un ruido procedente de la cocina, en la planta baja. La sangre pareció helarse en mis venas, dejando una sensación de hormigueo en mi cuerpo. Con extremo cuidado, cuando conseguí tomar el control de mi cuerpo, volví de nuevo a mi habitación. Cogí muy despacio el teléfono móvil que descansaba sobre la mesita junto a mi cama.

          Abrí la puerta izquierda de mi armario empotrado. En la parte inferior de aquel lateral había un enorme vano en el que me oculté. Mis dedos temblaban tanto que me costó un par de intentos conseguir desbloquear el móvil. El brillo de aquella pantalla era tal que me preocupaba ser descubierta. Marqué el número de emergencias y, en unos segundos, denuncié lo que sentía que estaba pasando en mi casa. Me preguntaron si había conseguido ver a alguien, si sabía con certeza que estaban dentro de la vivienda. Me sentí una estúpida; aun así, me recomendaron que no me moviese de mi escondite. Enviarían una unidad de la policía a mi piso.

          Permanecí allí unos minutos después de haber colgado la llamada. No podía dejar de darle vueltas a aquellas preguntas de la operadora del 112. Realmente no había visto a nadie y tampoco estaba segura de si realmente había alguien en mi casa. No había bajado a la planta de abajo.

        Aunque en un primer momento estaba convencida de no moverme de allí, la duda seguía creciendo en mi pecho. Deslicé con sumo cuidado la puerta del armario, rogando dentro de mí que no chirriase. Volví sobre mis pasos a través del pasillo, que se me antojó más largo que nunca. Cada escalón que bajaba cortaba mi respiración, esperando ser descubierta en cualquier momento. El silencio era absoluto, por lo que creí que podrían escucharse los latidos de mi corazón, delatando mi improvisado escondite.

         Cuando posé los pies en las frías baldosas del hall tenía claras dos cosas: la primera, que allí parada no tendría escapatoria si el intruso bajaba del primer piso; la otra, que no había pensado en portar algo que me sirviera como defensa si tenía que hacerle frente. En ello pensaba cuando la suave brisa de la noche acarició mi rostro y movió mi pelo. Giré la cabeza hacia la puerta y comprobé que, efectivamente, la entrada de mi casa estaba abierta de par en par. Intentando no entrar en pánico, fui práctica y eché mano de uno de los jarrones que descansaban en la repisa del recibidor.

          Quizá podía salir al jardín y ocultarme entre la maleza espesa del bosque de las cercanías. Al dar un paso hacia fuera, aquellos dedos gélidos volvieron a tocarme, esta vez alrededor del cuello, y unos labios agrietados y fétidos me susurraron al oído: «Ya no hay salida para ti».

5 comentarios:

  1. Cada vez son más perturbadores y escalofriantes. Un día de estos acabas conmigo, de un ataque al corazón. 😂 Ha estado genial como siempre o mejor 👏👏😘

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    1. 😂😂😂😂 Ayyyy mi Charo, la verdad es que a veces sí que me salen historias más oscuras. Gracias por seguir aquí preciosa, un abrazo¡

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  2. Ostras este es más tétrico,más helador,te hace más pensar😱😱😱😱me encanta!!!!!!!!!!!!fomo siempre te superas 😜

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    1. Mil gracias, Noe¡¡ Eres un cielo de mujer,😘😘😘

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  3. Joder Rocío no se si moverme de donde estoy sentada. Te superas

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